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HORIÓ (JORIÓ)

 

La carretera asciende a partir de la playa de Póndamos por el valle arbolado, serpenteando para salvar la pendiente, hasta que llega a los pies de la colina donde se alza el castillo.

Entonces el camino se bifurca: hacia la derecha conduce, de forma abrupta, pasando por algunas capillas blancas, hasta el pequeño monasterio de Stavros y, más allá, al de Taxiarhis Mihalis Panormitis, colgado en mitad de la colina y asomado al vacío. A la izquierda, a los pies del castillo, está Horió, el viejo pueblo semiabandonado.

 

 En la Edad Media fue la capital de la isla, albergando hasta 4.000 habitantes. Su ubicación en el interior de la isla respondía a razones de seguridad: si desembarcaban los piratas, la población corría a refugiarse dentro del castillo, permaneciendo allá hasta que el peligro había pasado. Siglos después, cuando la seguridad mejoró al cesar los ataques piratas, la localidad se trasladó a la costa, donde el puerto jugó un papel vital en la economía.

 

Hoy, el panorama es un tanto desolador en Horió, las casas en ruinas se extienden por doquier y se funden con el color de la colina. Pero vagar entre ellas es fascinante. Paredes sin tejados, habitaciones de piedra, algunas excavadas en la propia roca e imaginar la vida que pudo encerrar este sorprendente lugar.

 

Solamente unos pocos edificios han sido restaurados. Unas pocas ermitas, blanquísimas, y otras tantas casas con tejados rojizos que, al igual que la pequeña taberna ubicada en la parte baja, tienen una ocupación estacional.

En la parte más alta del pueblo destaca la iglesia de la Panagía (de la Virgen María), antiguamente catedral de la isla. En su construcción se emplearon materiales de la antigua acrópolis de época helenística que ocupaba el lugar, como un trozo de arquitrabe situado en una esquina del patio. Los frescos del interior son del s. XVIII. El día 15 de agosto acoge una gran fiesta, con música y danzas tradicionales. Todos se desplazan desde Emboriós hasta aquí.

En el patio de la Iglesia destaca un ciprés. Cerca, un camino asciende hasta una pequeña y blanca capilla en cuyo interior hay pinturas mal conservadas datadas en el s. XV.

 

El camino continúa hacia arriba, pero no es fácil de seguir y aconseja prudencia porque la pendiente es pronunciada. Llegados a cierta altura, podemos ver los restos de estructuras de la acrópolis helenística: murallas, cisternas, base de templos, etc.

 

EL CASTILLO

 

Emplazado en el lugar de la antigua acrópolis, se edificó sobre estructuras bizantinas cuyos materiales fueron aprovechados por los Caballeros de la Orden de San Juan, para levantar, en el s. XIV, esta formidable atalaya.A partir de la entrada ya es fácil apreciar las antiguas piedras en los diversos elementos de la estructura.

A la derecha de la entrada está el escudo de armas del Gran Maestre D'Aubusson (1476-1503). En el interior, el estado ruinoso es evidente, aunque se pueden ver algunos componentes defensivos: almenas, ranuras para derramar el aceite hirviendo, parapetos, etc.

 

No hay que perderse en la iglesia de Agios Nikólaos, en el espacio interior que, a pesar de estar en ruinas, muestra algunas viejas pinturas de los s. XV-XVII. Al detenernos a contemplar la increíble vista, entenderemos por qué eligieron este lugar para la fortaleza.

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